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domingo, 7 de octubre de 2012

El Encuentro


 Sus pasos se oían por la húmeda calzada en el silencio de la madrugada. El vapor que exhalaban sus labios dibujaba pequeñas nubes que desaparecían en el aire en segundos. Rebuscó detrás del guante de lana la esfera de su reloj. El autobús estaba a punto de pasar y aún la quedaban unos cincuenta metros para llegar a la parada. Miró hacia atrás y vislumbró la alta silueta del autocar con sus inconfundibles luces interiores.
-                     ¡Mierda!- se dijo y agarrando su bolso comenzó a correr hacia el pequeño habitáculo de aluminio que albergaba en ese momento a un par de personas del frío del invierno- ¡Que no sea el L-3 por favor!- rogó mentalmente mientras sus pulmones protestaban por el inesperado ejercicio- Tengo que dejar de fumar
Pero eso era una de las muchas pretensiones que todos los primeros días del año se hacía y al final por h o por b nunca se molestaba en cumplir. Otra era, que trabajando como trabajaba en un centro deportivo, debía de comenzar a realizar algo de ejercicio, pero tampoco lo cumplía.
Cerró automáticamente su mente a su conciencia y siguió moviendo sus pies tan rápido como podía. Llegó extenuada y jadeando justo cuando el bus abría sus puertas. Esperó su turno para subir y palpó en su bolsillo en busca de bono transporte. Nada. Rebuscó en el otro lado. Nada. Resopló enfadada consigo misma. Esa misma mañana había decidido cambiar su anorak de diario por el bonito abrigo que había recibido como regalo en Navidad. Quería presumir ante sus amigas. Y el maldito abono se hallaba en el bolsillo de la otra prenda. Poniendo los ojos en blanco por no soltar el taco que nacía en sus amoratados labios abrió el bolso en busca de su monedero. Lo tomó entre sus enguantados dedos y lo abrió. Sacó 10€ del pequeño compartimento, que quedó vacío, y lo extendió al conductor. Este impávido negó con la cabeza.
-                     No se admiten billetes superiores a 5€.
-                      Pero es que no tengo más.
-                     Lo siento. Entonces tendrá que bajarse.
-                     Por favor. Llegaré tarde al trabajo si tengo que bajar y buscar alguna cafetería que esté abierta a estas horas.
Sin inmutarse lo más mínimo el chofer abrió nuevamente las puertas y la invitó a salir.

Lágrimas de frustración comenzaron a brotar de sus oscuros ojos. Miró a través de las pequeñas gotas  hacia las personas más cercanas de las escaleras pero estas giraron sus cabezas mirando hacia la obscuridad de las calles o bien se hicieron las amodorradas.
-                      ¡Viva el espíritu navideño!- pensó con sarcasmo y comenzó a girar su cuerpo para descender del autobús.
De repente en el habitáculo se oyó una profunda voz:
-                     Espera por favor. Yo pagaré tu billete.
Tanara buscó entre el atiborrado vehículo la voz de su salvador. Tan solo veía cabezas, todas girando en dirección hacia la voz varonil.
Se alzó de puntillas para poder ver a su bienhechor pero no consiguió nada. Frustrada iba a contestar cuando vislumbró tan solo un obscuro y denso pelo negro, una frente levemente bronceada y unos ojos… que la impactaron. Unas espesas cejas bordeaban dos profundos océanos. Un guiño de complicidad oculto por segundos esos zafiros.

 -                     No puedo pasar. Tendrás que conformarte con que te pasen las monedas. Por favor, ¿le importa?
Tanara podía ver el pequeño movimiento de las manos pasándose unas a otras el importe del billete. Al llegar a las manos de la joven que estaba a su lado, se las pasó algo sonrojada.
-                     Gracias- gritó hacia el fondo del autobús- yo me bajo en el centro deportivo La noria. Trabajo allí. Pregunta por Tana y saldré a pagarte.
Silencio absoluto por respuesta. Un carraspeo inquieto atrajo su atención. El conductor la observaba, quieto, sin poner en marcha el bus.
Se giró hacia el conductor y colocó las monedas sobre el pequeño tapete.
-                     Un billete sencillo- pidió fríamente al hombre.
El resto del trayecto se lo pasó intentando vislumbrar esa mirada azul profunda. En cada parada observaba las siluetas una y otra vez hasta que el autobús se alejaba renqueante de ellas. Y por más que bajaban personas del bus, parecía que no se vaciaba nunca porque en ningún momento pudo tener acceso hacia el interior.
Al llegar a su parada suspiró frustrada. Tooooodo el maldito autobús decidió bajarse allí.
-                     “¿Regalan algo hoy y yo no me he enterado?”- se dijo mentalmente.
Hombres, mujeres, jóvenes de su edad, adolescentes, todos bajaban en tropel. Tanara observó que tan solo habían quedado unos cuantos viajeros sentados. Buscó los ojos pero ninguno de los que miró eran los que ella buscaba.
-                     ¿Va a bajarse o qué?- oyó la protesta del chofer.
-                     Si.
Comenzó a bajar en silencio los escalones y justo al llegar al final su sarcasmo salió a flote.
-                     Y Feliz Navidad a usted también.
Y con un pequeño salto se perdió entre los transeúntes que penetraban al centro deportivo.

-                     ¿Tana?- oyó la voz de su encargado- ¿Se puede saber donde se encuentra hoy tu cerebro?
-                     ¡Eh!- miró perdida a la silueta que se encontraba a escaso medio metro de ella.
-                     Llevo hablándote más de cinco minutos y estás asintiendo como una lela pero no veo que te muevas.
Tanara sintió sus venas arder ante el insulto de su superior. Hacía tiempo habían tenido ya más de una discusión por la forma en que este se dirigía a su personal subalterno. Antes  de poder sellar sus labios su pronto salió a la luz.
-                     El único lelo aquí eres tú.
Su inmediato superior abrió los ojos estupefacto ante la repuesta de la joven. Tanara se mordió nerviosa el labio al ver como la tez del hombre enrojecía por la ira. Ella y su lengua, mejor dicho, su lengua solita. Más de una vez la metía en problemas. Y ahora mismo, ese era uno de esos momentos.
El hombre entrecerró los ojos en gesto vengativo y sonriendo como si tal cosa, susurró con voz casi amenazante.
-                     ¿Lelo, eh? Pues este lelo te ordena que hoy no vas a estar en tu puesto habitual. Mira tú por donde una de las chicas de la limpieza ha llamado diciendo que se encontraba indispuesta. A María la tocaba doblar turno, pero tú como buena compañera que eres vas a cubrir su cargo.
-                     Pero yo soy ordenanza, no puedo realizar ese trabajo- protestó.
-                     Y yo soy quien te ordena. Y sí, digo que sí vas a realizar su trabajo. O eso, o mañana...
Girando sobre sus talones, la joven se encaminó hacia el almacén donde las empleadas de la limpieza se vestían y tomaban los carritos con todos los artilugios de limpieza.
Saludó a las dos compañeras. Por suerte, en su puesto de trabajo, conocía a todos los empleados del centro.
Le explicaron lo que tenía que hacer. Esa semana a María le correspondía limpiar y recoger el vestuario masculino. Además de los pasillos comunes y las pequeñas oficinas donde los profesores de los distintos deportes que se realizaban en el polideportivo descansaban tras sus clases.
Comenzó a recorrer con la mopa los largos pasillos internos. “¿Cómo puede ser tan cochina la gente?”- pensó, mientras recogía decenas de pequeños papelitos de todas clases.
Atravesó el pasillo que tenía cristaleras que daban a la pista de atletismo, sorteando usuarios que la miraban empujar la mopa como si en su vida no hubiesen visto a nadie barrer o fuese un extraterrestre sacado de una película de corto presupuesto.
Miró su reflejo en los cristales. Buscando el motivo por el cual, la gente, la miraba. En el impoluto cristal tan solo vio el reflejo  de su figura. El pijama estilo sanitario que las chicas le habían prestado. El pelo recogido en un apretado moñete. Bueno, a excepción de su rebelde mechón de pelo del flequillo, que andaba haciendo de las suyas.
De repente una silueta masculina llamó su atención. Un hombre atlético, de pelo negro y fuertes brazos secaba el sudor de su rostro. Su torso musculoso y moreno se  marcaba perfectamente tras la camiseta sudada. Unos pantalones de atletismo cubrían su cintura, dejando a la vista los músculos de sus muslos y piernas.

                Tanara desconocía el porqué de su curiosidad con ese desconocido. Su cuerpo, su indumentaria no destacaba entre todos los demás deportistas que le rodeaban, sin embargo, algo en él atraía su mirada como un imán.
De repente, el desconocido alzó la cabeza y miró hacia ella, fijamente, sin parpadear. Nerviosa, pillada in fraganti, tomó el palo de la mopa de nuevo, para seguir con la tarea, mientras notaba sus mejillas ardiendo. Iba a comenzar a andar cuando una luz en su cerebro se encendió.
-                     “¡Pero seré mema!”- se dijo- “Si él no puede verme”- recordando que los cristales eran espejos por el exterior.
Se paró en seco y siguió contemplando al morenazo que seguía mirando en su dirección.
-                     “Narcisista”- pensó- “lástima, parecía interesante”.
Como oyendo sus pensamientos, el atlético hombre se acercó hacia ella, sonriendo a su reflejo.
Tana no podía dejar de contemplar esa sonrisa ladeada, picara e insinuante a la vez, haciendo que sus mejillas formasen hoyuelos a los lados de tan perfectos labios. Pero fueron sus ojos los que llamaron su atención.
-                     ¡SUS OJOS! Es ÉL.
Sí. Eran inconfundibles. Esos ojos la habían hecho estremecer esa misma mañana en el autobús y como entonces, sus piernas empezaron a flaquear. Notaba el latido de su corazón en la garganta.
Miró el alborotado pelo negro, la sonrisa, la mirada. ¡Sí!, sin duda. Mas lo que la hizo quedarse de piedra fue el movimiento de él. Guiñando un ojo al cristal extendió su mano y la apoyó sobre el mismo, abriendo ligeramente los largos dedos, justo delante de la figura de la chica.
             Totalmente hipnotizada Tanara extendió su mano y la colocó sobre la del hombre, que hincó su profunda mirada azul sobre los ojos de la chica, sus labios dejaron de sonreír pícaros y se hicieron más insinuantes. Como si pudiese ver a través del espejo y contemplase a la mujer que deseaba.
Tanara despegó de inmediato los dedos del cristal. El leve movimiento de cabeza del hombre, negando tristemente ante su rechazo hizo que la mujer tomase con rapidez la mopa y se deslizó lo más deprisa que sus piernas le daban a por el resto del equipo de limpieza, dejando al desconocido en el exterior revisando sus movimientos.
Abrió la puerta que comunicaba el pasillo con los vestuarios, empujando el carrito contra ella y cuando esta se cerró aparcó el artilugio a un lado y se apoyó sobre el pesado portón deslizándose hacia el suelo porque sus piernas no la sostenían.
-                      Es imposible- dijo en voz alta, intentando aclarar así su mente.- no puede ver nada a través del cristal, pero aun así, parecía que sabia que yo me encontraba allí.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Temblaba de pies a cabeza. Miedo y una extraña sensación la recorrían de arriba abajo. Una sensación de desasosiego mezclada con cierta excitación, al recordar, como esos largos dedos parecían acariciar en íntimo contacto su mano.
Sintió golpear la puerta sobre su cuerpo.
-                     ¡Aug!- se quejó.
-                     ¡Perdón! ¿Hay alguien ahí?- preguntó una voz masculina.
-                     Sí, un momento por favor, estoy limpiando una mancha.
Como un resorte su cuerpo se alzó en cuestión de segundos y tomando la fregona comenzó a restregar una mancha imaginaria sobre el linóleo del suelo.
Pasados unos minutos abrió la puerta con una sonrisa de circunstancias en sus labios.
-                     Ya puede usted pasar- le dijo al hombre maduro que se introdujo sin más por el hueco de la puerta mientras inspeccionaba el suelo mojado y eludía la parte húmeda del mismo- Alguien ha vertido un refresco en el suelo.
-                     En mal sitio- respondió el hombre.
-                     Si, menos mal que lo vi a tiempo- y la joven siguió fregando mientras tomaba una señal de advertencia de “Suelo mojado” y la ponía por delante de la abierta puerta, sujetando esta con una cadena al gancho de la pared.
-                     ¿Se puede saber que ocurre aquí?- se oyó decir a la voz de su encargado, que apareció de la nada y que miraba con desconfianza la situación.
Antes de que Tanara pudiera responder, el hombre al que había dado paso habló:
-                     He de felicitarle por su personal. Si no llega a ser por la señorita podría haber habido un accidente- y girándose hacia la joven dijo- Gracias.
-                     De nada- respondió la aludida- solo cumplo con mi trabajo.
La silueta del hombre se perdió tras la puerta de los vestuarios masculinos. El encargado se giró hacia Tanara que sonreía ufana.
-                     Bueno bueno- comenzó a decir con retintín su superior- ya que cumples tan bien con tu trabajo puedes comenzar a limpiar el vestuario y las duchas masculinas.
-                     Ahora mismo están ocupadas- fue la respuesta cortante de Tanara- no se pueden recoger hasta las 11, cuando los usuarios saben que deben de dejarnos limpiar.
-                     Pues yo te ordeno que lo hagas ahora.
-                     Pero…
-                     ¿Si? ¿Algún problema?...O ¿es que la señorita tiene remilgos por ver unos cuantos cuerpos masculinos en paños menores?
-                     Ningún problema- replicó Tanara mordiéndose la lengua para no insultarle.
-                     Entonces…ya estás tardando- y girándose comenzó a alejarse por el pasillo- y dentro de una hora vendré yo mismo a inspeccionarlos- amenazó mirandola por el rabillo del ojo.
En un arrebato infantil, Tanara le sacó la lengua cuando nuevamente el hombre la dio la espalda.
Enfurruñada y gruñendo por lo bajo comenzó a empujar el carrito hacia la puerta de los vestuarios.

-                        "¡Por Dios que no haya nadie!"-rogó mentalmente.
Penetró al interior del habitáculo. El olor a sudor y una mezcla de distintos perfumes de productos de higiene golpeó su nariz e hizo que la arrugase.
Aparcando el carrito a un lado, comenzó a recoger las toallas que el centro repartía a los usuarios y que estos debían de dejar en un cesto, que se encontraba para ese fin, en cada pasillo de taquillas.
-¡Guarros! Se creerán que somos sus criadas- explotó en voz alta la joven metiendo el montón de toallas sucias en el canasto.
Comenzó a barrer el pasillo, cerrando las puertas de las taquillas vacías que se habían dejado abiertas. Comenzó a tararear una canción mientras fregaba el suelo.
-                     Por lo menos no me he encontrado a nadie- rió satisfecha- ese cabrón se va a quedar con las ganas de verme avergonzada por haber visto a alguno en pelota picá.
Se rió con ganas y su risa produjo un leve eco en el silencio del vestuario.
Giró hacia el pasillo que se encontraba más cercano a la zona de duchas.
Comenzó la rutina de recogida de toallas y canturreando de nuevo soltó el abultado paquete en el consabido cesto.
De repente un repiqueteo de agua cayendo de una ducha se oyó en el silencio del vestuario. Paró en seco. Oyó unos labios masculinos silbando. El golpeteo de unas zapatillas al caer sobre el suelo seguido de un leve murmullo que dedujo era la ropa cayendo sobre el enlosado.
El ruido del agua quedó amortiguado levemente hasta que una voz profunda comenzó a cantar.
Las piernas de Tanara temblaron.
“Espera por favor. Yo pagaré tu billete”. Su voz. Era su voz. Le vino a la mente la imagen de él a través del cristal. Su mano sobre la suya. Y sin percatarse de lo que estaba haciendo Tanara comenzó a deslizarse silenciosa hacia las duchas.
Lo que vio la hizo jadear impresionada. El desconocido relajaba su cuerpo bajo la humeante agua de la enorme alcachofa de la ducha. Restregando su musculoso cuerpo con las manos, enjabonándose.
             Sintió sus mejillas arder y un latido entre sus piernas. Deseaba ser esas manos. Deslizar sus dedos por esos músculos poderosos y sentir como la piel del hombre se erizaba con sus caricias.
Tórridas imágenes de ambos en distintas posturas y momentos inundaron su mente, haciendo que su corazón latiese a mil por hora y que sus zuecos repiqueteasen sobre el suelo mojado.
El desconocido sacó su cabeza levemente de debajo del chorro del agua, escuchando.
            Tana ni respiraba. Quieta y pegada a la pared que ocultaba su presencia. El canturreo prosiguió y respiró aliviada. Comenzó a alejarse en silencio, cuando la ducha dejó de correr.
De puntillas para que su calzado no volviese a delatarla decidió dirigirse hacia la salida. Si su encargado la encontraba fuera, diría que había usuarios usando las duchas y que la habían obligado a salir.
Giró hacia las taquillas de la izquierda cuando de repente se encontró rodeada por unos brazos masculinos envueltos en un albornoz negro.
-                     ¿Me buscabas?- susurró la voz sobre su oreja haciendo que la piel de su cuello se erizase.
-                     N-no- su voz salió en un hilillo. Carraspeó ligeramente antes de proseguir- oí que alguien estaba usando las duchas y decidí salir antes de que me llamase la atención.
Una risa entrecortada salió de la garganta masculina.
-                     Pequeña mentirosa- comenzó a decir- podía sentir tu mirada en mi piel. Tus ojos hambrientos recorriéndome y queriendo rozar mi cuerpo con tus manos.
-                     Eso no es cierto- protestó airada.
-                     ¿No?- y mientras preguntaba, las manos del hombre rodearon su cintura y acercaba su torso semidesnudo y húmedo a la joven.
Los labios de él comenzaron a rozar con ligeros besos el cuello de ella. Un jadeo salió de los labios femeninos y sin apenas darse cuenta sus brazos rodearon el musculoso cuello acercándolo más a ella.
Las manos de él se volvieron más atrevidas. Comenzó a acariciar sus senos a través del uniforme. Los pechos de ella respondieron al instante. Endureciéndose y gritando oleadas de placer por todo su cuerpo.
Tanara sentía sus piernas como gelatina. Y apoyó inconscientemente sus caderas sobre las del desconocido, sintiendo la dureza de su erección. Sin quererlo, gimió. Queriendo sentirle dentro muy dentro de ella. En respuesta a su gemido, él poso sus labios sobre los de la mujer. En un beso posesivo, hambriento, sediento. Beso que Tanara respondió con la misma avidez.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se encontró sentada a horcajadas sobre él, sobre una mullida toalla que se hallaba sobre un banco de madera cercano. El rostro masculino reflejaba el deseo que sentía en ese momento. Y ella se sintió poderosa, femenina, peligrosa, provocativa, sexi… y una sonrisa lasciva nació en sus labios.
                   En respuesta, él tomó la parte superior de su uniforme y la deslizó fuera de su cuerpo. Dejando a la joven con el leve sostén de encaje que cubría sus pechos. El hombre soltó el pelo femenino dejando que cayese en cascada sobre el bello rostro. Los ojos azul profundo se entornaron en gesto de placer.
Comenzaron a acariciarse y a besarse bailando la danza del amor que tantos y tantos otros antes habían realizado.
Sentia la suavidad de los dedos masculinos deslizarse sobre su piel, erizándola a su paso. Las ardientes yemas de sus dedos marcando como a fuego el placer que la transmitian.
Sus dedos dibujaban círculos concentricos alrededor de su ombligo, ampliándose en cada suave pasada y acelerando la respiración de la mujer, que se aferraba al torso masculino. Expectante.
Los sensuales labios masculinos sustituyeron las plumas de sus dedos. Dejando suaves aleteos de mariposa en forma de besos. La tibieza de la lengua de él recorriendo su piel hizo que Tana soltara un gemido de placer. La osadez de la misma llegó a su punto álgido cuando con suma maestría acarició la rosada cima de sus senos. Las manos de la mujer enredadaron sus dedos en el húmedo cabello del desconocido, instándole a más.
En el leve embotamiento de sus sentidos, Tana le oyó reirse sordamente. Juguetón rozó ligeramente con sus dientes la pequeña protuberancia, mordisqueó y succionó haciendo que la joven exhalase un grito.
Los labios de él ascendieron hacia su cuello en busca del latido, posandose sobre él y dejando un reguero de humedad y placer en su camino hacia el lóbulo de la oreja.
Las fuertes manos acariciban los senos, sopesándolos, mimándolos, enardeciendolos con sus caricias.
Tana sintió fuertes latidos en su bajo vientre que apretó contra la dura erección masculina. Se sentía arder por dentro. Húmeda, dispuesta ya para sentirle en su interior.
Las caricias del hombre, el olor de su húmeda piel, las palabras susurradas, sus ardientes labios la instaron a que sus manos dejasen de acariciar sus anchas espaldas y tomasen entre ellas el miembro viril.
Lo sintió palpitar, engrosado, remarcando en su dureza las venas. La suave piel del prepucio, ardiente, resbaladiza. Con un solo movimiento lo introdujo en ella, ligeramente. Notó la tensión del cuerpo masculino ante el inesperado movimiento de ella.
- Aún no- le oyó susurrar sobre sus labios.
Pero Tana desoyo sus palabras y movió en pequeños circulos su pelvis. Subyugándole. Con un rugido sordo el hombre se dejo llevar y en un lento embiste penetró en la ardiente cueva despertando a su paso oleadas de placer.
Tana apretó sus caderas en busca de un mayor contacto. Las manos del hombre bloquearon ligeramente el movimiento. Comenzó a moverse lentamente, abriendo los tiernos pliegues y dejándose abrazar por los mismos. Podía sentir el latido en su interior. Su miembro se deslizaba por el nectar líquido de la mujer. Impregnándole y haciendo que la sintiese cada vez más. Los gémidos femeninos y las marcas de sus uñas sobre su pecho hicieron que sus embistes aceleraran el ritmo.
Las respiraciones de ambos rebotaban en el silencio del recinto provocando un eco que enardeció más sus sentidos. Sus gemidos actuaban como afrodisíacos. Tanara estalló en un grito de placer cuando sintió que su cuerpo llegaba al clímax y momentos después le siguió el gemido profundo de la voz masculina.

Extasiados aún, tomados de la mano, volvieron a la zona de las duchas, donde enjabonaron sus cuerpos y se besaron y acariciaron largamente.
-                     ¿Tanara?- se oyó la voz enfadada de su encargado.
El cuerpo se la joven se puso rígido, antes de que pudiese delatarse la mano masculina cubrió su boca.
-                     Aquí no hay ninguna Tanara- respondió el desconocido de manera cortante- mi nombre es Adam. De momento.-Y rió en silencio ante tan absurda sugerencia.
-                     Perdón- se oyó la voz del encargado disculpándose- estaba buscando a una joven de mi personal.
-                     Solo estoy yo- volvió a responder  Adam- y a no ser que quieras enjabonarme la espalda…
Una risa ahogada surgió de la garganta femenina, que David cubrió con más fuerza
-                     …Te sugeriría que me dejases en paz.
Un portazo se oyó en los vestuarios como toda respuesta.
Adam desplazó su mano de los labios femeninos y besándola tiernamente dijo:
-                      Creo, muy a mi pesar,  que debes de seguir tu ronda de tareas.
-                     Si - respondió ella mientras se deslizaba pesarosa de las manos de él y comenzaba a vestirse.
-                     ¿Tana?
Ella se giró hacia él al oír su nombre en sus perfectos labios.
-                     Te sugiero que utilices la otra salida, amor.
-                     Sí, mejor ¿no?- respondió mientras sus nerviosos dedos terminaban de vestirla, bajo la atenta mirada del hombre.
Comenzó a moverse hacia la zona que él la había indicado, aturdida, cuando oyó que nuevamente la llamaba.
Se giró en redondo para mirarle.
-                     Te espero a la salida cuando termines tu turno.
-                     Salgo a la tres- fue la respuesta de Tanara.
-                     Lo sé- respondió él misterioso- desde hace tiempo.
Antes de que pudiese preguntarle oyó voces masculinas que se adentraban en el vestuario.
-                     Vete. Nos vemos luego.
Tanara asintió en silencio y se escabulló por la puerta trasera empujando su carrito.
El resto del turno pasó como si estuviese entre las nubes. Recordando una y otra vez el encuentro con Adam en el vestuario.
Fichó en silencio y arrebujándose en su abrigo se alejó hacia las puertas de acceso al centro deportivo.
-                     “¿Estará esperándome?”- se preguntó- “o ¿tan solo ha sido una ilusión?”
La respuesta la llegó al salir por la puerta de pesado metal. Allí, apoyado en un banco de la calle, con sus fuertes brazos cruzados sobre su musculoso pecho estaba Adam, que al verla, sonrió abiertamente, mientras alzaba su cuerpo de su apoyo y con largas zancadas se acercaba a ella, la tomaba entre sus brazos y la besaba ardientemente.
Momentos después ambos se alejaban, en silencio, tomados de la mano, hacia la parada del autobús, que les había unido.

Cat.






-                      


viernes, 24 de agosto de 2012

¿Una inyección de amor?

Hace unos meses mientras corregía  mi manuscrito para registrarlo, comenzó a colarse en mis pensamientos esta historia. Decidí darle forma, entre capitulo y capitulo del susodicho manuscrito,  antes de que mis musas la hiciesen desaparecer (risas). Y hoy, en un impulso y viendo que el panorama editorial no está muy boyante, he tomado la decisión de colgar mis relatos en mi blog y colgarlos en mi face para deleite mío y de mis amigos. Espero que os guste y que disculpeis a esta novata de la escritura que tan solo pretende haceros pasar un rato agradable con sus personajes.
Este relato aún por no tener no tiene ni título ¡puf! Un saludo.



1

Frenó ligeramente para quedar parada justo a pocos centímetros del paso de peatones. Los pocos transeúntes que se hallaban sobre él, cruzaron.
Continuó su marcha, lentamente, buscando aparcamiento. Desechó la primera entrada del mismo. Siempre solía estar completa. Todos en el hospital sabían que eran cubiertas, generalmente, por los pacientes que acudían a primera hora para la zona de extracciones, con la ingenua intención de ser los primeros en salir del caótico aparcamiento del hospital. Craso error. De nada les servía, cuando llegaban al final del pasillo del estacionamiento, se encontraban  con que estaban obligados a girar hacia la izquierda y tener que rodear todo el emplazamiento del hospital. Con lo cual, nada de su costoso tiempo habían ganado. Jessica se sonrió.
Vislumbró a través de los coches un pequeño hueco. Justo para su pequeño utilitario. Antes de que el coche  que la seguía la impidiese maniobrar, dio marcha atrás y penetró en el  pasillo. El hueco se hallaba casi al final del mismo. Frenó para dejar paso a una anciana con bastón que salía de entre los coches aparcados agarrada del brazo de su acompañante. Esperó pacientemente mientras activaba el intermitente señalando con ello su intención de aparcar.
Metió primera y su coche ronroneó en dirección al hueco. Unos faros en dirección contraria la cegaron momentáneamente.
                   Pero ¿dónde va este en dirección contraria?- se dijo mientras frenaba bruscamente.
Un pequeño Smart penetró a toda velocidad, haciendo caso omiso de la señal de prohibido, girando con rapidez y ocupó el estacionamiento que Jessica había elegido para ella.
                   ¡Será mamona!- explotó Jess, en el interior del coche. Enojada, tocó el claxon, haciendo saber a la otra conductora, que ella no se hallaba allí por “casualidad”.
Pero de nada sirvió porque ante su estupor, Jess pudo comprobar como del diminuto auto salían unas largas y musculosas piernas enfundadas en unos desgastados vaqueros y  las punteras metálicas  de unas botas tejanas.  Tras ellas,  un musculoso tórax las seguía. Se encontró taladrando con su mirada a un desconocido que por lo menos media dos metros de alto.
                   ¿Cómo narices se ha podido meter ese tío ahí?- se dijo- Imposible.
El desconocido activó con el mando el cierre de las puertas y mientras echaba un último vistazo a su “micromaching” se dirigió hacia las puertas del hospital.
Jess comenzó a bajar la ventanilla del coche para increpar al individuo pero los coches que se encontraban detrás del suyo comenzaron a protestar con el claxon. Arrancó furiosa en busca de otro sitio donde aparcar. Mientras entre dientes iba maldiciendo al gigantón.


                   Llegas tarde- fue el saludo de Vicky- la arpía ya ha preguntado por ti, dos veces.
                   No tengo tiempo para sus tonterías- gruño Jess- además- y echó un vistazo al enorme reloj de pared del laboratorio- aún no son ni las ocho, con lo cual, estoy en mi hora de entrada.
                   ¡ya! Pero sabes como se pone. Levantada ella, el resto del mundo tiene que empezar a girar a su alrededor.
                   Pues entonces yo giraré en el sentido contrario de los demás- farfulló Jess mientras comenzaba a colocar en cada puesto de extracción badilas, compresores, gasas, antisépticos y demás.
                   Y yo te seguiré, procurando que seas tú la que reciba los golpes- la contestó Vicky riendo entre dientes.
                   Mira que bien. Ten amigas para esto- resopló Jess mientras una ligera carcajada salía de sus labios.
                   Amiga ¡sip!... Tonta, no.
Por toda respuesta Jess hizo una pedorreta.
                   Cuando creáis que es la hora de dejar de jugar y ponerse a trabajar me avisáis- fue la fría voz que se oyó al fondo de la sala.
Ambas jóvenes se giraron para encontrarse ante la estilizada silueta de su supervisora  e inmediata superior.
                   No estamos jugando- fue la cortante respuesta de Jess- estamos hablando y trabajando al mismo tiempo.
Vicky puso los ojos en blanco mientras contenía el aliento a la espera de la retahíla que soltaría Emma.
                   “¿Por qué Jess no se daría un puntito en la boca de vez cuando?- se dijo- porque entonces no seria Jess- se contestó a sí misma.
               Intentando relajar el ambiente comenzó a hablar:
                   Emma. Lo que Jess quería decir es…
                   Se muy bien lo que Jess quiere decir Vicky, no hace falta que me traduzcas- cortó la aludida- he venido antes y aún no estabas en tu puesto de trabajo- dijo dirigiéndose a Jess.
                   ¡Nop! Para tu información son las ocho menos cuarto. Mi jornada de trabajo comienza a las ocho.
                   Hora en la que los pacientes tienen que comenzar a ser atendidos. Sabes bien que las normas de dirección…
                   No son mi problema- atajó Jess y parándose delante de uno de los box, se giró, enfrentando su mirada a los gélidos ojos verdes de su superiora- la hora de extracciones comienza a las ocho y media, como bien informa el cartel. Que halla falta de personal y quieran cubrir puestos de trabajo haciendo que el resto del personal tenga que entrar media hora antes para preparar los equipos, media hora que  dicho sea de paso no nos pagan, para que el funcionamiento del centro sea el adecuado…
                   El hospital funciona a las mil maravillas.
                   Según tu punto de vista- respondió Jess- como iba diciendo- y por el rabillo del ojo vislumbró a Vicky, que silenciosa se había colocado detrás de la enfermera jefe y le hacia gestos con los dedos a Jess de que cerrase la boca. Miró unos segundos a su amiga y continuó- Los pacientes se han habituado, que remedio les ha quedado, a venir a esa hora. El personal ha aceptado  entrar antes porque al fin y al cabo hemos visto que la mayoría de los pacientes agradece no tener que salir en estampida del colapsado servicio de extracciones  y jugarse la vida para llegar a tiempo a sus puestos de trabajo.
                   Lo que hagan los pacientes una vez fuera del centro no es de nuestra incumbencia.
                   No, no lo es- confirmó Jess- pero lo que  es de nuestra incumbencia es ,que porque los altos cargos del centro y el personal médico quieran  tener media hora más de desayuno, el resto del personal tengamos que regalar nuestro tiempo al hospital y hacer trabajos que no son de nuestra competencia.
                   Por lo que yo se- la atacó Emma- la labor que tú realizas aquí sí es de tu competencia.
                   Si, es cierto. Yo tan solo soy una auxiliar y lo mismo me da lavar jofainas, instrumental, bateas, etcétera aquí que en mi planta de Geriatría.
                   ¿Pero?- instó sardónica Emma.
                   Por ejemplo Vicky, y perdona que te ponga de ejemplo-  y miró a su amiga disculpándose- Ella es una técnico especialista en higiene dental. Titulación tan oficial y respetuosa como la de un facultativo o una enfermera y aquí la tienes, realizando tareas por debajo de su categoría y sin protestar.
                   A mí no me…- comenzó a decir Vicky.
                   Sin embargo…Emma- continuó Jess  atajando la disculpa de su compañera-  aún no he visto a ningún facultativo echar una mano a alguien del personal cuando hay que cambiar pañales, lavar a un enfermo o darle de comer cuando faltan manos y no tienen acompañantes que lo hagan por nosotras.
                   Ni lo verás- la espetó la aludida con ira y horrorizada ante tal insinuación.
                   Entonces tú tampoco verás como mi persona entrará por esa puerta a las siete de la mañana mientras a mí y a mis compañeros no se nos compense de  tiempo libre, la media hora ganada, también para desayunar.
                   ¿Eso es todo lo que tienes que decir?- la voz de Emma sonó fría pero sus ojos destellaban.
                   De momento si.
Ambas mujeres se hallaban a escasos centímetros una de otra. Sus miradas, al mismo nivel, se taladraban una a la otra. Temiendo que llegasen a las manos, Vicky intercedió.
                   Son las ocho en punto.
Tras unos segundos más de desafío. Los labios de Emma se contrajeron en una fina línea y con voz cortante ordenó:
                   A vuestros puestos entonces.
Girándose sobre sus talones comenzó a salir del pequeño laboratorio, justo antes de traspasar el umbral de la puerta, ladeó su cara hacia Jess.
                   Esta conversación no ha terminado.
                   Bien. Aquí estaré- fue la descarada respuesta de la auxiliar.
                   Hasta luego Vicky-  y saludando a la atónita higienista Emma  salió por la puerta.
La voz de Vicky increpó:

                   No podías darte unos cuantos puntitos en la boca ¿eh?
Jess suspiró resignada.
       Es que me saca de mis casillas. En mi favor he de decir que ya venia calentita.
       ¿Por?- preguntó curiosa Vicky .
       Cuando estaba en el…- Jess se interrumpió al ver que los pacientes comenzaban a penetrar- luego te cuento.
       Queda apuntado.
Y dirigiéndose a sus puestos comenzaron su jornada laboral.
La pequeña barra de la cafetería, en la que solamente tenía acceso el personal del hospital, estaba abarrotada como era costumbre.
Jess y Vicky resoplaron y pacientemente esperaron su turno en la larga fila de clientes. Mientras decidían que tomar de almuerzo Vicky se dedicó a otear por el repleto salón alguna mesa libre.
De repente y para sorpresa de Jess su amiga y compañera salió rauda, dando codazos a diestro y siniestro,  hacia las mesas, dejándola con la palabra en la boca. Segundos después subida sobre una de las sillas una Vicky sonriente y jadeante la saludaba agitando sus brazos al aire indicándola por señas que había encontrado mesa.
Una serie de carcajadas de los compañeros que esperaban como ella su turno la hicieron sonrojar ligeramente.
-                     Esta Vicky no se como lo hace pero siempre encuentra sitio. Mírala, toda entusiasmada como una niña con zapatos nuevos. Desde luego es un sol de mujer.
Jess se giró y sonrió ante tan bonito comentario. Un grupo de auxiliares y enfermeros sonreían y afirmaban con la cabeza.
-                     ¿Qué te pongo hoy, Jess?
La aludida miró hacia la camarera que sonriente esperaba su pedido.
-                     Dos cafés calentitos y cargaditos con leche, que menuda mañana llevamos. Dos tostadas de pan y sacarina porfa, María.
La camarera preparó el pedido, minutos después,  poniéndolo en la bandeja de plástico y ofreciéndoselo. Jess observó que la muchacha, sin pedírselo, había incluido dos zumos naturales de naranja. Guiñándola un ojo se dirigió hacia la caja para abonar el pedido.
Sorteando cuerpos Jess por fin llegó hacia le mesa donde Vicky la esperaba charlando con las compañeras cercanas.
Se colocó frente a su amiga, interponiendo entre ellas la bandeja con sus respectivos almuerzos.
-                     ¿Zumos?
-                     Cortesía de María. Ya sabes.
Vicky se encogió de hombros, confusa. Jess puso los ojos en blanco.
-                     Ya te comenté… Hace una semana ingresaron a su abuela en mi planta.
-                     ¡Ya recuerdo!
-                     Pues eso.
-                     ¿Eso qué?
-                     ¡Puf, Vicky de verdad! ¿No recuerdas que la mujer se negaba a tomar el zumo del tetrabrik? ¿qué decía que eso era “zumochirri” de naranja? Qué donde se pusiese el zumo natural …
-                     Cierto.
-                     Pues eso…- ante la cara de su amiga Jess decidió proseguir la explicación- como yo la di la razón a la mujer pero al final la convencí y se lo tomó. María, que había estado atenta a todo. Se quedó con la copla. De ahí los zumos.
-                     ¡Ahhhh!
-                     ¿Te has enterado de algo?- preguntó Jess entornando los ojos con suspicacia.
-                     ¡Nop! Pero da igual tú sí. Yo degustaré con deleite mi zumito y santas pascuas.
La carcajada de Jess no se hizo esperar. Vicky la sonreía con descaro mientras tomaba con gusto el zumo recién exprimido del cítrico.
-                     Rico rico- exclamó Vicky mientras se relamía el borde de los labios- A otra cosa mariposa…
Mientras Jess untaba la margarina en su rebanada y ponía la mitad de la porción de mermelada en la misma miró a su amiga, levantando mudamente una ceja.
-                     ¿A qué ha venido el sermón a la arpía?
-                     A nada.
-                     ¿A nada?
-                     ¿Es que no tengo razón? Estoy harta de que siempre seamos los mismos los que nos tengamos que sacrificar.
-                     Estoy totalmente de acuerdo lo que no me parece correcto son las formas.
-                     No la he faltado el respeto en ningún momento- protestó Jess.
-                     Lo que te faltaba. Está mañana pensé que te ibas a tirar a su yugular…
La risa de ambas sonó.
-                      No estoy tan loca como parece. Ya sabes que por mí dejaba esto en cuanto pudiese pero por desgracia me gusta demasiado mi trabajo con los abuelillos.
-                     Ya lo sé. Bueno…que no creas que se me ha olvidado. ¿Qué te calentó antes de la arpía?
El entrecejo de Jess se frunció mientras de un furioso mordisco arrancaba un trozo de la tostada. Masticó está como si de la cabeza del gigantón se tratase mientras con la boca a medio vaciar comenzaba a hablar.
-                     Un impresentable…me ha robado el aparcamiento con su micromaching.
-                     ¿Queee? No entiendo.
Dando un sorbo a su zumo para despejar su garganta aclaró.
-                     Me encontraba parada con el intermitente señalando mi intención de aparcar cuando una anciana ha salido de entre los coches y he tenido que cederla el paso. Y el espabilado del impresentable, se ha metido en dirección contraria y me ha birlado el sitio.
-                     Y micromaching ¿ a donde se queda?
-                     Era un Smart, ya sabes como son, pero lo más increíble es que de él ha salido un maromo de casi dos metros de estatura.
La risa espontánea de Vicky  hizo que algunas cabezas se giraran para mirar.
-                     ¿Y?
-                     Pues cuando le iba a increpar bajando la ventanilla los otros coches han comenzado a protestar y me he tenido que ir.
-                     ¡joder!
-                     Pero no te preocupes…me he quedado con el tipo…más le vale que no me lo encuentre hoy por los pasillos del hospital.
-                     Pobre de él.
-                     ¡sip! Entre eso y la arpía esperemos  al personal  para  no calentarme más de lo que estoy.
-                     Más les vale- exclamó entre risas Vicky.
-                     Bueno. Es hora de que nos vayamos.
Recogieron la bandeja y la depositaron con los restos del desayuno sobre el carrito correspondiente. Tomaron el largo pasillo y se dirigieron hacia el ascensor. Jess pulsó el botón de llamada. Cuando al cabo de unos minutos las puertas de este se abrieron, Vicky y ella, se despidieron.
Se dirigió con pasos rápidos hacia el pequeño despacho, donde sus compañeros estarían tomando notas de los cuidados de cada paciente.
-                     Buenos días chicos- saludó.
-                     Hola- contestaron al unísono.
-                     ¿Sigo con el pasillo de ayer?- preguntó Jess mientras tomaba los libros y abría el ordenador.
-                     Sí. Tienes tres altas y de momento dos ingresos nuevos que nos tienen que venir de urgencias. Cuando las habitaciones estén preparadas tenemos que avisarles porque están totalmente colapsados- la informaba Gina, una enfermera de planta, con la que Jess congeniaba a las mil maravillas.
-                     Y ¿cuándo no?- respondió Jess tomando nota de sus pacientes.
-                     ¡Hello nenas!- fue el alegre saludo de Joan- Vengo de dar una vueltita a la planta. Esta noche los abuelillos han estado tranquilos. Gina- reclamó Joan la atención de su compañera- luego me tienes que echar una mano con la 320. Es una cura de colostomía.
-                     Ok.
-                     Bueno mis niñas.¿ Preparadas para una jornadita más?
Todas asintieron mientras iban abandonando la sala y comenzaban su rutina diaria.
La mañana transcurrió sin ningún incidente. Los nuevos ingresos no se diferenciaban en nada del resto de los pacientes.
Jess  aseó, vistió, hizo camas y todo lo que su enfermera le indicaba. Cuando quiso darse cuenta eran las dos y media de la tarde. Faltaban quince minutos para que el turno de la tarde les cubriese. Andando por el pasillo hacia el pequeño despacho donde se reunían  para comentar la mañana vislumbró a lo lejos un enorme corpachón que salía del mismo.
“¿Quién sería ese armario empotrado?”- se preguntó acercándose hacia él. Recorrió con la mirada la espalda del desconocido que se hallaba hablando con el jefe de sección mientras ambos se dirigían al pasillo donde solo estaba permitido el acceso del personal sanitario. Al llegar a nivel del suelo el brillo de algo metálico llamó su atención.  El desconocido llevaba unas botas tejanas.
-                     El IMPRESENTABLE- y rumiando   su enfado aceleró el ritmo de sus pasos.
Cuando le quedaban escasos metros para llegar a los hombres el familiar de un paciente la abordó.
Atendiendo a lo que la mujer le contaba sobre su madre, Jess asentía mientras por el rabillo del ojo veía desaparecer a los dos hombres por la puerta del fondo.
-                     No se preocupe. Informaré a mi compañera de la tarde y en un momento estará en la habitación.
Dándola las gracias la mujer se separó de ella. Jess corrió por el pasillo, en busca del gigantón. Giró hacia su derecha. Los hombres entraban en ese momento al interior del ascensor. Siguió corriendo hasta llegar a la puerta del mismo…solamente para observar como estas se cerraban y los ojos verde aguamarina del gigante se posaban en ella unos segundos. Jess le taladró con la mirada mientras farfullaba entre dientes.
-                     Ya te cogeré.
Dando media vuelta se alejó para dar el parte al turno de la tarde.